Mauricio Riffo Vidal
Hace unos días me pidieron escribir algo en relación con la Semana Santa. Claro, por qué no, dije.
La Semana Santa conmemora los misterios centrales de la fe cristiana, es decir, la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Hemos crecido en medio de ritos, costumbres, actos de fe y piedad, en relación con estas celebraciones. Recuerdo que de niño no se podía silbar o cortar el pan con cuchillo; desde estos recuerdos, me surge otro recuerdo; un artículo del teólogo latinoamericano Víctor Codina, que nos invita a des-aprender lo aprendido para luego volver a aprender; “Hemos de desaprender la idea de que Jesús es un Dios disfrazado de hombre, una especie de turista divino que juega a ser hombre, que lo sabe todo y que pasa por este mundo sin dejarse afectar por la miseria humana ”.
Con esto en mente, quiero -humildemente- invitarlos a re-mirar esta Semana Santa, desde otra perspectiva.
Dios, en la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo a la humanidad, para alcanzar la salvación. Esto es lo que se nos enseña, que Dios envío a su hijo a morir por nuestros pecados, los Evangelios son como una crónica de una muerte anunciada. No sé a ustedes, pero a mí, algo no me cuadra.
Ahora bien, Jesús trae una Buena Noticia para la humanidad: “el Reinado de Dios ha llegado”. El reinado de Dios se traduce, valga la redundancia, en la justicia de Dios, no la justicia en sentido romano, sino la justicia que significa atender la demanda del pobre, del huérfano, la viuda (Is 1,17; Za 7,9-10; Sal 146,9; Pr 31,9; Jr 7, 5).
En esta línea, Jesús, no parte del discurso, sino de la acción; en el relato de los Evangelios, vemos a un Jesús que predica lo que hace, es decir, vemos los gestos de Jesús, toca al leproso, a quien nadie quería tocar, se acerca al marginado, que no tiene lugar en la sociedad de su época, cuestiona las verdades de fe de sus contemporáneos, cuestiona sus prácticas religiosas.
Él es un provocador, cuestiona lo aprendido; hoy diríamos que tiene una actitud contra- cultural. Ciertamente, que una persona cuestione, ponga en evidencia las caretas, las malas prácticas, trae como consecuencia la persecución, la difamación. Por tanto, Jesús es injustamente acusado, por el poder de su época, es una piedra en el zapato del aparato religioso, así como para el poder político, conviene silenciarlo.
Jesús muere como un maldito de la sociedad de su época (Dt 21,23; Ga 3,13), muere marginado, porque la muerte en cruz está reservada para los ladrones, para la escoria de la sociedad.
Dios Padre oye el clamor del pobre, del marginado, del ajusticiado y poniéndose de su parte brota la resurrección. Dios Padre resucita al maldito, al marginado.
En Semana Santa conmemoramos los misterios de la muerte y resurrección de Jesucristo, lo que implica que su comprensión y explicación es fuente inagotable; siempre podemos volver y profundizar en ello y descubrir nuevas enseñanzas.
Como cristiano, comprender la vida y el mensaje del Jesús de hace más de 2 mil años, inserto en su contexto, me invita a estar más atento de mi realidad, de mi ambiente. Me impulsa a detener el paso para re-mirar, en todo ambiente, en todo lugar, como Jesús con el leproso (Mc 1, 40-42), marginado de la misericordia, excluido de la dignidad. O como dice Francisco,: “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria ”.
